sábado, 3 de octubre de 2009

GANDHI Y EL FIN DE LAS FRONTERAS

Por Pedro Armendariz

En el profuso mar, maremoto más bien de “informaciones” que disparan día y noche los mal llamados medios de comunicación, se ha visto en medio del naufragio la foto y algunas palabras acerca del Mahatma Gandhi y la celebración de un día conmemorativo de la no violencia activa como método de lucha político. Esto último no lo mencionan las agencias internacionales y las transnacionales de la televisión. Ellos, recatados como son, hablan de celebrar un día “por la paz” en el mundo.

Ya con una cierta perspectiva histórica del siglo XX, Gandhi si no es, estará cerca de ser el líder revolucionario más importante y exitoso de su época, y probablemente el más trascendente en el tiempo si a la humanidad le espera un futuro que no sea la autoaniquilación.

En un mundo que ha perdido la cabeza y el corazón, en una decadencia macabra generalizada, el mensaje político de Gandhi es importante al menos en dos aspectos.

Uno es su claridad en las metas que quería alcanzar con su acción política. No especulaba con propuestas a la luz de encuestas y consejos de asesores publicitarios, expresaba lo que pensaba con contundencia, logrando comunicarse y movilizar activamente y sin violencia hacia la independencia a cientos de millones de personas en un país inmenso, diverso y plural. Sus herramientas políticas eran la palabra, sus piernas, la red de ferrocarriles montada bajo el mando británico, la imprenta y la radiodifusión.

Lo segundo es su método de lucha, de una complejidad tal que los sesudos intelectuales de izquierda de occidente y de oriente han pasado por alto, como si en el mundo no hubiese más rebelión que las comandadas por Lenin-Trotsky, Mao y Fidel.

Gandhi creía que se necesita más valor para enfrentar la muerte sin armas en la mano luchando por una causa, que valor para matar a otro ser humano en la contienda por ella.

La no violencia activa es un método, no queda más remedio que usar el término, de lucha social. Es una forma de procedimiento que busca dar testimonio y ser eficaz en la transformación de realidades injustas y opresivas. En Chile tenemos el ejemplo del Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, con el sacerdote José Aldunate en el centro, ya un hombre con sus años entonces, denunciando ellos el flagelo en medio de las calles principales y lugares claves de Santiago durante la dictadura fascista, de improviso, a plena luz del día, manifestándose con una valentía y un coraje moral extraordinarios.

Gandhi nunca tuvo un cargo oficial o de autoridad de ningún tipo. Era abogado, estudio Derecho en Londres, y empezó a trabajar en Sudáfrica, por aquel entonces parte del Imperio Británico. Supuestamente debería haber sido abogado de empresas, pero a muy poco andar se vio defendiendo a inmigrantes indios pobres maltratados en su condición de tales, en una sociedad en la cual eran individuos sin derechos, colonizados por el poder ingles.

Le cayó la teja de lo que quería hacer en su vida al ir viajando en un tren sudafricano y ver cómo era violentamente desalojado del vagón de primera un indio inmigrante pobre que había tenido la osadía o el despiste de entrar y tomar asiento. Inmediatamente se abocó a congregar a los inmigrantes y plantear una defensa colectiva de su dignidad y derechos.

En Sudáfrica Gandhi hizo en pequeño lo que en su país haría en grande. Rebelarse a cabalidad contra el imperio, en base a ideas movilizadoras de un profundo calado moral y gran capacidad de ser comprendidas y compartidas por el pueblo llano, eminentemente rural de la India.

En un momento determinado, al igual que hoy lo hace el presidente de Bolivia Evo Morales, Gandhi impulsó en su país-continente una campaña masiva del uso de la rueca en los millones de aldeas de la India, para hilar la lana y elaborar el vestuario de cada uno en base a ella. Con esta acción logró dos objetivos. Poner en jaque a la industria textil de Manchester, de donde venía la tela que vestía a los indios, presionando así con eficacia al imperio, y mantener vivo y despierto en el pueblo indio su conocimiento y aprecio por las tradiciones culturales ancestrales propias.

Otro desafío muy conocido es la Marcha de la Sal. Ante la existencia de un monopolio inglés que prohibía explotarla o elaborarla, organizó una marcha a pie de cientos de kilómetros y varios días hasta llegar a una playa y recoger sal en sus manos. Estás acciones tenía un efecto social extraordinario. Mediante ellas, sin disparar un tiro, el pueblo indio empezó no sólo a exigir su libertad, también a vivirla, a irla construyendo día a día, a la par que se desmoronaba el poder imperial.

Para explicar su concepción de la acción política no violenta, Gandhi recurrió en alguna oportunidad a la metáfora o imagen de la semilla y el árbol. En la semilla ya está el árbol en potencia. La libertad, las prácticas, los valores que esperamos sean los pilares de una nueva sociedad, han de guiar e inspirar la acción desde el primer paso. El fin ya se encuentra alojado incubando en los medios. Nunca el fin justifica los medios.

El motivo de escribir unas palabras acerca de Gandhi no parte del interés pasajero y superficial de los medios por él, sino en la reflexión y el sentir en torno a lo que son nuestras lamentables relaciones con Perú y Bolivia.

Porque es inaceptable la mera posibilidad de una nueva guerra entre nuestros países. Toda guerra es repudiable, nunca una persona en sus cabales recordará con alegría una guerra.

Junto al repudio claro y explícito a la guerra como posibilidad, hay que ganar la paz, como escuchaba hace un momento decir en la televisión a José Rodríguez Elizondo, que sabe un rato largo sobre la mala convivencia entre nuestros países.

Chile nunca se ha propuesto ganar la paz con sus vecinos del norte, se ha limitado a mantener una actitud defensiva basada principalmente en aspectos jurídicos y militares.

En esta hermosa primavera que estamos viviendo, vemos con frustración la fiesta estacional particular que ha montado en el Desierto de Atacama la Fuerza Aérea bajo el sugestivo nombre de “Ejercicios Salitre”.

No sé si habiendo reparado antes en el nombre adjudicado a los ejercicios militares, el ministro de Defensa chileno, Francisco Vidal, con su tino habitual, a pesar de que había prometido no entrometerse más en las relaciones diplomáticas del país, invitó al gobierno peruano a enviar delegados a la fiesta en calidad de invitados observadores.

Resumiendo, un plan de paz y desarrollo social basado en la diversidad y pluralidad cultural, y en el respeto y protección al medio ambiente y sus recursos, es lo que Chile tiene la posibilidad de proponer en el norte a los países vecinos y la comunidad suramericana. Una gran zona de integración que nos dignifique a todos como seres humanos. El ejemplo de Gandhi nos inspira.

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