martes, 26 de junio de 2012

IQUIQUE INMÓVIL ENTRE LA CORBETA Y EL SANTUARIO


Por Pedro Armendariz

 Iquique se resiste a labrar caminos de futuro. Encandilada con una riqueza económica relativa desconocida por las generaciones actuales en el curso de sus vidas, su voluntad, a veces sin darse cuenta, tiende a replegarse en una defensa de lo logrado, sin reparar en la fragilidad de lo existente.

Esta fragilidad se manifiesta en dos aspectos fundamentales y básicos. Uno de ellos es la presencia de actividades mineras que constituyen una amenaza y producen daño al medio ambiente de gran alcance y envergadura. Esta realidad es ocultada por las empresas, y por quienes debieran fiscalizarlas desde el Estado. Las mineras están abusando y poniendo en riesgo las reservas de agua de la región. Además contaminan la tierra y el mar. Una nueva evidencia de su actitud devastadora es la intención de instalar dos plantas a carbón para producir electricidad en las afueras de Iquique junto a la costa.

El otro aspecto en el cual se observa una debilidad, no solo de la comunidad de Iquique, tiene que ver con nuestras valoraciones del pasado. Somos presa de una determinada manera de ver ese pasado. Algo tan necesario al pensamiento como entender que la guerra de 1879 no puede hoy ser recordada, rememorada, con los mismos sentimientos y puntos de vista de hace 134 años atrás, es algo que de buenas a primeras no se plantea. Hay una ideología de función constante, elaborando una valoración de los hechos que acusa un retardo mental infantil y odioso.

La construcción reciente en Iquique, a un costo de millones de dólares, de una réplica de la corbeta Esmeralda en la costa norte de la ciudad, y de un nuevo santuario a la Virgen María a un costado de la salida costera hacia el sur, denotan conservadurismo y un miedo a las transformaciones que el presente y el futuro exigen.

En materia de religión, y particularmente cristiana, creo que los cristianos con la Virgen de la Tirana de la Pampa, tenemos bastante, no necesitamos más. Lo que requiere la ciudad es más cristianismo en los hechos de la vida diaria, no en esculturas y santuarios.

A cambio de la réplica de la Esmeralda, echamos de menos un monumento a la necesidad de la unión entre países hermanos que quieren superar, en la mejor forma posible, los dolores de las guerras. La integración, la paz, el desarme militar, el desarme de las ideas nacionalistas cargadas de ignorancia hacia lo que hay más allá de las actuales fronteras sembradas de desconfianza y minas antipersonales. Esto es parte del futuro, del que creemos mejor y necesario.

También es parte de ese futuro cambiar de disposición frente al mar. Hacernos protectores del mar, al igual que del agua, pueden llegar a ser anhelos y demandas de muchos más, partiendo por los jóvenes. El mar no puede ser valorado como lo hicieron lamentablemente quienes dispusieron, permitieron y montaron el actual sistema de explotación de sus especies.