jueves, 23 de abril de 2009

ECUADOR: MÁS PREGUNTAS QUE RESPUESTAS

Por Pedro Armendariz

Tras al menos veinte años de labor sostenida de los movimientos sociales ecuatorianos contrarios al capitalismo imperante en el país, apareció en escena Rafael Correa, presidente de Ecuador desde enero del año 2007.


Según propia confesión, venía al menos desde hace veinte años soñando y trabajando para algún día asumir el cargo. A partir de un triunfo electoral holgado en la segunda vuelta de la elección presidencial de noviembre del 2006 -55% de los votos- ha ganado con su partido político Alianza País las elecciones parlamentarias y un referéndum constitucional.

Lo primero que sorprende en Ecuador viniendo de Chile es la flexibilidad de su democracia, que tiene sus límites también, pero al lado de lo que ocurre en Chile lo de los ecuatorianos al primer golpe de vista parece obedecer a una voluntad de dar un salto a lo desconocido, a algo nuevo, inédito en su historia.

Venía Ecuador arrastrándose desde hace décadas en un estado de cosas en el cual algunos disfrutaban de lo lindo con las riquezas del país, particularmente del petróleo, que apareció en la vida del Ecuador a principios de los años setenta, y no todos creen que para su bien. Los pobres, como siempre, subsistiendo con lo justo una mayoría, y no menos del veinte por ciento de ellos en la pobreza extrema. Esto en un país donde el pueblo, la riqueza y la belleza de su naturaleza, hacen de él una verdadera joya.

Ecuador es un país muy complejo. Hace ya unos cuarenta años, quien luego sería elegido presidente del país, Osvaldo Hurtado, escribió un libro que por entonces causó un fuerte impacto en la reflexión y acción política tendiente a terminar con el injusto estado de cosas imperante. El título del mismo era "Ecuador: dos mundos superpuestos". Arriba la minoría dueña del país, abajo el pueblo, particularmente los pueblos originarios.

Aún existen los mundos superpuestos pero el espacio social, político e institucional que habitan siente crujir los sustentos arquitectónicos que le dan forma desde hace siglos. Una estructura social antigua, que tiene sus orígenes en los inicios de la conquista española, aparentemente está siendo puesta en cuestión y amagada.

El impulso, las consignas, las denuncias, las propuestas, las luchas, vienen con los años de la mano de los movimientos sociales y de lo ciudadanos. Ante un sistema que no es capaz de responder a las necesidades básicas de los habitantes del país, aquel movimiento social y político difuso, variopinto, plural, es capitalizado y hecho crecer en términos electorales por Correa, un hombre inteligente, simpático y buen comunicador, carismático, como se suele decir.

Como candidato y luego presidente las promesas que Rafael Correa ha hecho a los ecuatorianos son más de las que puede cumplir, y ese quizás sea su talón de Aquiles. Prometió durante la campaña del 2006 terminar, sino con el neoliberalismo capitalista en Ecuador, al menos con la hegemonía que impone. Esto está muy lejos de suceder. Al igual que en Chile.

Hasta el momento el gobierno ha llevado a cabo una política de otorgamiento de subsidios sociales a los pobres, facilitada por el alto precio que llegó a alcanzar el petróleo. Desde que el precio comenzó a bajar el año pasado las cosas se pusieron cuesta arriba en las cuentas del estado.

Desde la izquierda desilusionada del presidente Correa y su gobierno, se sostiene que la voluntad política de éste de abrir las puertas a la explotación de nuevos yacimientos a las transnacionales de la gran minería, obedece a a la necesidad de dar una respuesta a la creciente merma de recursos monetarios por parte del estado.

La desilusión desde las izquierdas, y desde las organizaciones representativas de los pueblos originarios, nace de la esperanza frustrada, dice ellos, que han sufrido con los resultados prácticos de la aplicación por parte del gobierno de la nueva Constitución de la República aprobada en referéndum popular el pasado mes de septiembre.

La flamante Constitución reconoce la existencia, cultura y derechos ancestrales de los variados y numerosos pueblos originarios del país. Reconoce además, abriendo brecha en el mundo, derechos a la madre Tierra, la Pachamama, derechos medioambientales. También hace un reconocimiento constitucional de lo que llama "el buen vivir", concepto tomado de la cosmovisión indígena.

La piedra de toque del choque entre los críticos y el gobierno en cuanto al debido respeto de la Constitución, ha sido principalmente el contenido de la recién aprobada Ley Minera, que abre el camino a la explotación de recursos situados en territorios pertenecientes a comunidades de pueblos originarios. El presidente Correa ha calificado a sus críticos de sostener un "ecologismo e izquierdismo infantil".

En diciembre del 2008 estuvieron participando en Ecuador en encuentros de discusión del entonces proyecto de ley minera, los chilenos Orlando Caputo y Julián Alcayaga, economista y jurista, respectivamente, expertos en Minería. Ambos criticaron duramente el proyecto del gobierno, llegando a señalar que era aún peor que "la ley minera de Pinochet", al perjudicar al estado y al pueblo ecuatorianos en beneficio de las grandes empresas transnacionales mineras.

Este domingo 26 de abril con seguridad el presidente Rafael Correa será reelegido para ejercer su cargo. Lo que no está del todo claro es qué caminos emprenderá a partir de este nuevo mandato popular. Lo que sí se puede afirmar, es que la prometida y pregonada "Revolución Ciudadana" del presidente Correa, aún no se logra dilucidar qué mismo es en los hechos.

martes, 7 de abril de 2009

HOMENAJE A DON CAIPA

Por Pedro Armendariz


Es difícil que en Iquique le hagan un homenaje o reconocimiento público a José Caipa. Si llegase a ocurrir tal cosa, él no lo aceptaría, no entendería de lo que le están hablando, pues si algo no ha soñado ni querido en esta vida, son homenajes.

Su amor inclaudicable al mar y el espíritu libertario que lo anima, justifican tal reconocimiento comunitario. Mientras tanto, y desde hace muchos años, todos lo conocen como Don Caipa, subrayando un don que no es gratuito ni formal.

Don Caipa, que andará por los setenta años, vive y trabaja en la Caleta Cavancha de pescadores artesanales de Iquique. Pilotando con habilidad su pequeño bote va y viene entre el muelle y las embarcaciones pesqueras, trasladando personas y bultos, aparejos, alimentos, combustibles.

La Caleta Cavancha pertenece en concesión a un sindicato de pescadores artesanales. Está ubicada en el corazón del sector urbano más caro de la ciudad de Iquique, la Península de Cavancha. Ciegos e indiferentes al valor de la existencia y presencia histórica de los pescadores en aquel lugar, empresarios inmobiliarios y turísticos de última hora han intentado en diferentes momentos, sin éxito, desalojarlos de allí.

Don Caipa es un hombre solitario. Trabaja y aloja en la Caleta Cavancha, tiene en ella su vivienda. El es hombre de mar, un pescador. Lo conocimos gracias a Luis Gavilán, músico, cocinero y escritor tarapaqueño, su amigo.

Almorzando juntos una cazuela de pescado en el comedor de la caleta, Don Caipa se explaya contando la historia del desastre del mar del norte de Chile, nombrando de paso al menos quince especies de peces y otras tantas de mariscos que han desaparecido desde que, a principios de los años sesenta, hicieron su infausta aparición por la zona las gigantescas empresas de pesca industrial, faenadoras de harina de pescado.

Aprovechando uno de los breves momentos de silencio que intercala José Caipa en el relato, interrumpo para decirle que estoy plenamente de acuerdo con lo que está diciendo. Para mi sorpresa, airado me responde: "¡¡Y a mí qué me importa que usted esté de acuerdo conmigo!!". Yo callo y me siento igual que cuando niño recibía una reprimenda. Está claro que Don Caipa no necesita que alguien, en este caso un desconocido, le lleve el amén para decir su verdad.

Al escuchar hablar a Don Caipa se vislumbra tras sus palabras la maravilla de aquel mar que sus ojos plenos de asombro conocieron cuando era un muchacho de onces años. Hasta entonces había vivido en el interior de la provincia de Iquique, entre la pampa, las quebradas y el altiplano.

El primer golpe brutal de su vida lo sufrió Don Caipa con la llegada de la pesquería industrial a Iquique, y su devastación ecológica. El segundo golpe vino de la mano despiadada de los militares del país. En el momento en que décenas de miles de víctimas partían al destierro, Don Caipa también lo hizo, pero su destino no fue una tierra extranjera de acogida, sino las aguas del Oceáno Pacífico.

Vivió Don Caipa cinco años en el mar, habitando en un bote, instrumento de trabajo y casa. Cinco años sin pisar tierra, acercándose cada mañana a la costa para, desde la embarcación, vender la pesca que hubiese a unos comerciantes que en un camión recorrían las caletas situadas al sur de Iquique. Recibía ahí mismo las compras de alimentos y otras cosas necesarias que encargaba.

Don Caipa eligió subir a su bote y alejarse del horror desatado en tierra. No le gusta hablar de aquellos años, pero conociéndolo un poco es fácil comprender que los motivos de su actitud tuvieron que ver con el respeto a sí mismo, y con el amor que tiene aún hoy a este maltratado Chile.