Por Pedro Armendariz
En Chile, país pequeño y alejado del mundo, con vocación de
convento y hegemonía feudal corrupta, opera una fuerza centrípeta absolutista y
dictatorial, auténtica peste que nos ata a cadenas históricas que se presumen
eternas.
En este marco, escasean las voces señalando el absurdo de
las defensas patrióticas a propósito del juicio de La Haya.
Otro tanto ocurre en Perú, y en los demás países
latinoamericanos, todos presos del mismo mal.
El mal de repúblicas hermanas, dependientes todas ellas del
capital de los países dominantes, enfrentadas o ignorándose entre ellas, con
los pueblos respectivos de cada una bebiendo de la tóxica hiel nacionalista que
se viene batiendo desde el día que dejamos de ser parte del imperio español.
Los hechos hablan. El mar entregado a un puñado de
depredadores a través de una ley de la república, y la discusión entre los
países por un trozo de mar, al mismo tiempo.
Con el mar destruido por efectos de la explotación
destructora.
Con diputados y senadores que votan a favor de la ley que
prolonga y acentúa el mal, haciendo imposible no pensar que hay votos agradecidos
que obedecen a los favores concedidos, evidenciando una vez más las relaciones corruptas
entre el poder económico y la política.
Lo que se requiere con urgencia es integración entre
nuestros países, no estar llevando litigios a cortes del norte del mundo, desde
donde nos dominan y menosprecian.
En el norte de Chile, sur del Perú y oeste de Bolivia hay
pendiente una gran zona de integración, a la cual deben abocarse en su
construcción los tres países. Urge superar el principal, sino el último de los
grandes problemas fronterizos en Suramérica.
Es el auténtico desafío, la apasionante tarea que tienen por
delante las generaciones presentes y futuras.