martes, 29 de junio de 2010

Eric Hobsbawm, historiador: “Estoy seguro de que si China no hubiera estado ahí, la crisis de 2008 habría sido mucho más grave”






En la mirada de Eric Hobsbawm, la contradicción básica de hoy es que la mundialización -producto de la revolución de las comunicaciones- no ha sido acompañada de un proceso de transnacionalización política. El gran historiador inglés, autor de clásicos ineludibles sobre el siglo XX, examina la crisis actual y los vertiginosos cambios de las últimas décadas en la política global, y retrata el horizonte por venir. Una entrevista especial de la New Left Review, reproducida en castellano por el diario argentino Clarín.
Es probablemente el mayor historiador vivo. Su mirada es universal, como lo muestran sus libros La era de la revolución y La era del capitalismo. Esta entrevista constituye su más reciente ejercicio de una visión global sobre los problemas y las tendencias del mundo moderno.
LA “LOCURA” DEL PROYECTO NEOCONSERVADOR
Su obra Historia del siglo XX concluye en 1991 con una visión sobre el colapso de la esperanza de una Edad de Oro para el mundo. ¿Cuáles son los principales cambios que registra desde entonces en la historia mundial?Veo cinco grandes cambios. Primero, el desplazamiento del centro económico del mundo del Atlántico norte al sur y al este de Asia. Este proceso comenzó en los años 70 y 80 en Japón, pero el auge de China desde los 90 ha marcado la diferencia.
El segundo es, desde luego, la crisis mundial del capitalismo, que nosotros predijimos siempre pero que tardó mucho tiempo en llegar.
Tercero, el clamoroso fracaso de la tentativa de Estados Unidos de mantener en solitario una hegemonía mundial después de 2001, un fracaso que se manifestó con mucha claridad.
Cuarto, cuando escribí Historia del siglo XX no se había producido la aparición como entidad política de un nuevo bloque de países en desarrollo, los Bric (Brasil, Rusia, India y China).
Y quinto, la erosión y el debilitamiento sistemático de la autoridad de los Estados: de los Estados nacionales dentro de sus territorios y, en muchas partes del mundo, de cualquier clase de autoridad estatal efectiva. Acaso fuera previsible pero se aceleró hasta un punto inesperado.
¿Qué más le ha sorprendido?
Nunca dejo de sorprenderme ante la absoluta locura del proyecto neoconservador, que no sólo pretendía que el futuro era Estados Unidos, sino que incluso creyó haber formulado una estrategia y una táctica para alcanzar ese objetivo. Hasta donde alcanzo a ver, no tuvieron una estrategia coherente.
EL DECLIVE DE LA CLASE OBRERA MANUAL
¿Puede prever alguna recomposición política de lo que fue la clase obrera?
No en la forma tradicional. Marx estaba sin duda en lo cierto al predecir la formación de grandes partidos de clase en una determinada etapa de la industrialización. Pero estos partidos, si tenían éxito, no funcionaban como partidos exclusivos de la clase obrera: si querían extenderse más allá de una clase reducida, lo hacían como partidos populares, estructurados alrededor de una organización inventada por y para los objetivos de la clase obrera. Incluso así, había límites para la conciencia de clase.
En Gran Bretaña el Partido Laborista nunca obtuvo más del 50 por ciento de los votos. Lo mismo sucede en Italia, donde el PCI era todavía más un partido popular. En Francia, la izquierda se basaba en una clase obrera débil pero políticamente fortalecida por la gran tradición revolucionaria, de la que se las arregló para convertirse en imprescindible sucesora, lo cual les proporcionó a ella y a la izquierda mucha más influencia.
El declive de la clase obrera manual parece algo definitivo. Hay o habrá mucha gente que quede realizando trabajo manual, pero no puede seguir siendo el principal fundamento de esperanza: carece del potencial organizativo de la vieja clase obrera y no tiene potencial político. Ha habido otros tres importantes desarrollos negativos.
El primero es, desde luego, la xenofobia, que para la mayoría de la clase obrera es, como dijo el alemán August Bebel, el “socialismo de los tontos”: salvaguardar mi trabajo contra gente que compite conmigo. Cuanto más débil es el movimiento obrero, más atractiva es la xenofobia.
En segundo lugar, gran parte del trabajo y del trabajo manual que la administración pública británica solía llamar “categorías menores y de manipulación”, no es permanente sino temporario; por ejemplo, estudiantes o emigrantes trabajando en catering. Eso hace que no sea fácil considerarlo como potencial organizable. La única forma fácilmente organizable de esa clase de trabajo es la que está empleada por autoridades públicas, razón por la cual estas autoridades son vulnerables.
El tercero y el más importante de estos cambios es la creciente ruptura producida por un nuevo criterio de clase, en concreto, aprobar exámenes en colegios y universidades como un billete de acceso para el empleo. Esto puedes llamarlo meritocracia pero está institucionalizada y mediatizada por los sistemas educativos. Lo que ha hecho es desviar la conciencia de clase desde la oposición a los empleadores a la oposición a juniors de una u otra clase, intelectuales, élites liberales o aventureros.
Estados Unidos es un típico ejemplo, pero, si miras a la prensa británica, verás que no está ausente en el Reino Unido. El hecho de que, cada vez más, obtener un doctorado o al menos ser un posgraduado también te da una oportunidad mejor para conseguir millones complica la situación.
¿Puede haber nuevos agentes?
Ya no en términos de una sola clase pero entonces, desde mi punto de vista, nunca lo pudo ser. Hay una política de coaliciones progresista, incluso de alianzas permanentes como las de, por ejemplo, la clase media que lee The Guardian y los intelectuales, la gente con niveles educativos altos, que en todo el mundo tiende a estar más a la izquierda que los otros, y la masa de pobres e ignorantes.
Ambos grupos son esenciales pero quizá sean más difíciles de unificar que antes. Los pobres pueden identificarse con multimillonarios, como en Estados Unidos, diciendo “si tuviera suerte podría convertirme en una estrella pop”. Pero no puede decir “si tuviera suerte ganaría el premio Nobel”. Esto es un problema para coordinar las políticas de personas que objetivamente podrían estar en el mismo bando.
POST CRISIS: CHINA TENDRÁ LOS MAYORES CAMBIOS POLÍTICOS
¿En qué se diferencia la crisis actual de la de 1929?La Gran Depresión no empezó con los bancos; no colapsaron hasta dos años después. Por el contrario, el mercado de valores desencadenó una crisis de la producción con un desempleo mucho más elevado y un declive productivo mayor del que se había conocido nunca. La actual depresión tuvo una incubación mayor que la de 1929, que llegó casi de la nada.
Desde muy temprano debía haber estado claro que el fundamentalismo neoliberal producía una enorme inestabilidad en el funcionamiento del capitalismo.
Hasta 2008 parecía afectar sólo a áreas marginales: América Latina en los años 90 hasta la siguiente década, el sudeste asiático y Rusia. En los países más importantes, todo lo que significaba eran colapsos ocasionales del mercado de valores de los que se recuperaban con bastante rapidez.
Me pareció que la verdadera señal de que algo malo estaba pasando debería haber sido el colapso de Long-Term Capital Management (LTCM) en 1998, que demostraba lo incorrecto que era todo el modelo de crecimiento, pero no se consideró así.
Paradójicamente, llevó a un cierto número de hombres de negocios y de periodistas a redescubrir a Karl Marx, como alguien que había escrito algo de interés sobre una economía moderna y globalizada; no tenía nada que ver con la antigua izquierda: la economía mundial en 1929 no era tan global como la actual. Esto tuvo alguna consecuencia; por ejemplo, hubiera sido mucho más fácil para la gente que perdió su trabajo regresar a sus pueblos. En 1929, en gran parte del mundo fuera de Europa y América del Norte, los sectores globales de la economía eran áreas que en gran medida no afectaron a lo que las rodeaba. La existencia de la URSS no tuvo efectos prácticos sobre la Gran Depresión pero sí un enorme efecto ideológico: había una alternativa.
Desde los 90 asistimos al auge de China y las economías emergentes, que realmente ha tenido un efecto práctico sobre la actual depresión, pues ha ayudado a mantener una estabilidad mucho mayor de la economía mundial de la que hubiera alcanzado de otro modo. De hecho, incluso en los días en que el neoliberalismo afirmaba que la economía prosperaba de modo exuberante, el crecimiento real se estaba produciendo en su mayoría en estas economías recién desarrolladas, en especial China. Estoy seguro de que si China no hubiera estado ahí, la crisis de 2008 habría sido mucho más grave. Por esas razones, vamos a salir de ella con más rapidez, aunque algunos países seguirán en crisis durante bastante tiempo.
¿Qué pasa con las consecuencias políticas?
La depresión de 1929 condujo a un giro abrumador a la derecha, con la gran excepción de América del Norte, incluido México, y de los países escandinavos. En Francia, el Frente Popular de 1935 solo tuvo el 0,5 por ciento más de votos que en 1932, así que su victoria marcó un cambio en la composición de las alianzas políticas en vez de algo más profundo. En España, a pesar de la situación cuasirrevolucionaria o potencialmente revolucionaria, el efecto inmediato fue también un movimiento hacia la derecha, y desde luego ése fue el efecto a largo plazo. En la mayoría de los otros Estados, en especial en el centro y este de Europa, la política se movió claramente hacia la derecha.
El efecto de la actual crisis no está tan definido. Uno puede imaginarse que los principales cambios o giros en la política no se producirán en Estados Unidos u occidente, sino casi seguro en China.
¿Cree que China continuará resistiendo la recesión?
No hay ninguna razón especial para pensar que de repente dejará de crecer. El gobierno chino se ha llevado un buen susto con la depresión, porque ésta obligó a una enorme cantidad de empresas a detener temporalmente su actividad. Pero el país todavía está en las primeras etapas del desarrollo económico y hay muchísimo espacio para la expansión.
No quiero especular sobre el futuro, pero podemos imaginarnos a China dentro de veinte o treinta años siendo a escala mundial mucho más importante que hoy, por lo menos económica y políticamente, no necesariamente en términos militares. Desde luego, tiene problemas enormes y siempre hay gente que se pregunta si el país puede mantenerse unido, pero yo creo que tanto la realidad del país como las razones ideológicas continúan militando poderosamente para que la gente desee que China permanezca unida.
LA DECEPCIÓN OBAMA
Pasado un año, ¿cómo valora la administración Obama?
La gente estaba tan encantada de que hubiera ganado alguien con su perfil, y en medio de la crisis, que muchos pensaron que estaba destinado a ser un gran reformista, a la altura de lo que hizo el presidente Franklin Roosevelt. Pero no lo estaba. Empezó mal. Si comparamos los primeros cien días de Roosevelt con los de Obama, lo que destaca es la predisposición de Roosevelt a apoyarse en consejeros no oficiales para intentar algo nuevo, comparado con la insistencia de Obama en permanecer en el mismo centro. Desperdició la ocasión.
Su verdadera oportunidad estuvo en los tres primeros meses, cuando el otro bando estaba desmoralizado y no podía reagruparse en el Congreso. No la aprovechó. Podemos desearle suerte pero las perspectivas no son alentadoras.
Si observamos el escenario internacional más caliente, ¿cree que la solución de los dos Estados, como se imagina actualmente, es un proyecto creíble para Palestina?
Personalmente, dudo de que lo sea por el momento. Cualquiera que sea la solución, no va a suceder nada hasta que Estados Unidos decida cambiar totalmente su manera de pensar y presione a los israelíes. Y no parece que eso vaya a suceder.
EN INDIA LOS PROYECTOS PROGRESISTAS PODRÍAS REVIVIR
¿Cree que hay alguna parte del mundo donde todavía sea posible recrear proyectos positivos, progresistas?
En América Latina la política y el discurso público general todavía se desarrollan en los términos liberal-socialistas-comunistas de la vieja Ilustración. Esos son sitios donde encuentras militaristas que hablan como socialistas, o un fenómeno como Lula, basado en un movimiento obrero, o a Evo Morales. Adónde conduce eso es otra cuestión, pero todavía se puede hablar el viejo lenguaje y todavía están disponibles las viejas formas de la política.
No estoy completamente seguro sobre América Central, aunque hay indicios de un pequeño resurgir en México de la tradición de la Revolución; tampoco estoy muy seguro de que vaya a llegar lejos, ya que México ha sido integrado a la economía de Estados Unidos.
América Latina se benefició de la ausencia de nacionalismos etnolingüísticas y divisiones religiosas; eso hizo mucho más fácil mantener el viejo discurso. Siempre me sorprendió que, hasta hace bien poco, no hubiera signos de políticas étnicas. Han aparecido movimientos indígenas de México y Perú, pero no a una escala parecida a la que se produjo en Europa, Asia o África.
Es posible que en India, gracias a la fuerza institucional de la tradición laica de Nehru, los proyectos progresistas puedan revivir. Pero no parecen calar entre las masas, excepto en algunas zonas donde los comunistas tienen o han tenido un apoyo masivo, como Bengala y Kerala, y acaso entre algunos grupos como los nasalitas o los maoístas en Nepal. Aparte de eso, la herencia del viejo movimiento obrero, de los movimientos socialistas y comunistas, sigue siendo muy fuerte en Europa.
Los partidos fundados mientras Friedrich Engels vivía aún son, casi en toda Europa, potenciales partidos de gobierno o los principales partidos de la oposición. Imagino que en algún momento la herencia del comunismo puede surgir en formas que no podemos predecir, por ejemplo en los Balcanes e incluso en partes de Rusia. No sé lo que sucederá en China pero sin duda ellos están pensando en términos diferentes, no maoístas o marxistas modificados.
Siempre ha sido crítico con el nacionalismo como fuerza política, advirtiendo a la izquierda que no lo pintara de rojo. Pero también ha reaccionado contra las violaciones de la soberanía nacional en nombre de las intervenciones humanitarias. ¿Qué tipos de internacionalismo son deseables y viables hoy día?
En primer lugar, el humanitarismo, el imperialismo de los derechos humanos, no tiene nada que ver con el internacionalismo. O bien es una muestra de un imperialismo revivido que encuentra una adecuada excusa, sincera incluso, para la violación de la soberanía nacional, o bien, más peligrosamente, es una reafirmación de la creencia en la superioridad permanente del área que dominó el planeta desde el siglo XVI hasta el XX.
Después de todo, los valores que occidente pretende imponer son específicamente regionales, no necesariamente universales. Si fueran universales tendrían que ser reformulados en términos diferentes. No estamos aquí ante algo que sea en sí mismo nacional o internacional. Sin embargo, el nacionalismo sí entra en él porque el orden internacional basado en Estados-nación ha sido en el pasado, para bien o para mal, una de las mejores salvaguardas contra la entrada de extranjeros en los países. Sin duda, una vez abolido, el camino está abierto para la guerra agresiva y expansionista.
El internacionalismo, que es la alternativa al nacionalismo, es un asunto engañoso. Es tanto un eslogan político sin contenido, como sucedió a efectos prácticos en el movimiento obrero internacional, donde no significaba nada específico, como una manera de asegurar la uniformidad de organizaciones poderosas y centralizadas, fuera la iglesia católica romana o el Komintern. El internacionalismo significa que, como católico, creías en los mismos dogmas y tomabas parte en las mismas prácticas sin importar quién fueras o dónde estuvieras; lo mismo sucedía con los partidos comunistas. Esto no es realmente lo que nosotros entendíamos por “internacionalismo”.
El Estado-nación era y sigue siendo el marco de todas las decisiones políticas, interiores y exteriores. Hasta hace muy poco, las actividades de los movimientos obreros (de hecho, todas las actividades políticas) se llevaban a cabo dentro del marco de un Estado. Incluso en la UE, la política se enmarca en términos nacionales. Es decir, no hay un poder supranacional que actúe, sólo una coalición de Estados. Es posible que el fundamentalismo misionero islámico sea aquí una excepción, que se extiende por encima de los Estados, pero hasta ahora todavía no se ha demostrado. Los anteriores intentos de crear super-Estados panárabes, como entre Egipto y Siria, se derrumbaron por la persistencia de las fronteras de los Estados existentes.
LA CONTRADICCIÓN BÁSICA DE HOY
¿Cree entonces que hay obstáculos intrínsecos para cualquier intento de sobrepasar las fronteras del Estado-nación?
Tanto económicamente como en la mayoría de los otros aspectos, incluso culturalmente, la revolución de las comunicaciones creó un mundo genuinamente internacional donde hay poderes de decisión que funcionan de manera transnacional, actividades que son transnacionales y, desde luego, movimientos de ideas, comunicaciones y gente que son transnacionales mucho más fácilmente que nunca. Incluso las culturas lingüísticas se complementan ahora con idiomas de comunicación internacional. Pero en la política no hay señales de esto y ésa es la contradicción básica de hoy.
Una de las razones por las que no ha sucedido es que en el siglo XX la política fue democratizada hasta un punto muy elevado con la implicación de las masas. Para éstas, el Estado es esencial para las operaciones diarias. Los intentos de romper el Estado internamente mediante la descentralización existen desde hace treinta o cuarenta años, y algunos de ellos con éxito; en Alemania la descentralización ha sido un éxito en algunos aspectos y, en Italia, la regionalización ha sido muy beneficiosa. Pero el intento de establecer Estados supranacionales fracasa.
La Unión Europea es el ejemplo más evidente. Hasta cierto punto estaba lastrada por la idea de sus fundadores, quienes apostaban a crear un super-Estado análogo a un Estado nacional, cuando yo creo que ésa no era una posibilidad y sigue sin serlo. La UE es una reacción específica dentro de Europa. Hubo señales de un Estado supranacional en Oriente Próximo pero la UE es el único que parece haber llegado a alguna parte. No creo que haya posibilidades para una gran federación en América del Sur.
El problema sin resolver continúa siendo esta contradicción: por una parte, hay prácticas y entidades transnacionales que están en curso de vaciar el Estado quizá hasta el punto de que colapse. Pero si eso sucede -lo que no es una perspectiva inmediata, por lo menos en los Estados desarrollados-, ¿quién se hará cargo entonces de las funciones redistributivas y de otras análogas, de las que hasta ahora sólo se ha hecho cargo el Estado? Este es uno de los problemas básicos de cualquier clase de política popular hoy en día.


Eric Hobsbawm es el decano de la historiografía marxista británica. Uno de sus últimos libros es un volumen de memorias autobiográficas: Años interesantes, Barcelona, Critica, 2003.

domingo, 13 de junio de 2010

Entrevista a Julio Sarmiento, presidente de la FECH: LA UNIVERSIDAD DE CHILE EN APUROS




Por Pedro Armendariz

Julio Sarmiento, militante del Partido Comunista, fue elegido presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile encabezando la lista “Estudiantes de Izquierda a la FECH”, integrada por la juventud de su partido, la Nueva Izquierda e independientes.
Estudiante de Medicina, Sarmiento, de 26 años, llegó a Chile junto a su familia procedente de Cuba, su país natal, a principios de los noventa. Partidario del sistema cubano, y totalmente integrado a su nuevo país, cuenta que con frecuencia, debido a la curiosidad de sus compañeros, solía terminar en las reuniones hablando de la realidad cubana, alejándose de los temas convocantes.
Para que no nos pase esta vez lo mismo, vamos directo al grano:

¿Cómo ve usted que encuentra el Bicentenario de la República a la Universidad de Chile?

“La Universidad de Chile tiene casi doscientos años. Si nos remitimos a su antecedente, la Universidad de San Felipe, existe desde antes que la República. La evolución política y económica del país ha tenido que ver en muchos casos con la universidad, institución que era una herramienta fundamental del Estado en aras de un desarrollo social enfocado al bien común.
Hasta 1973 la Universidad de Chile tenía más del cincuenta por ciento de la matrícula de la educación superior. Contaba con un presupuesto estable que permitía que creciera y se desarrollara. Después de 1973 y con la reforma del ochenta, ese rol y esa importancia se quisieron destruir. Se le hizo mucho daño durante la dictadura. Se desmembró, se concentró la deuda en la Casa Central, se le congeló el financiamiento, se le atacó reiteradamente de muchas maneras, desde la forma en la que se administraba hasta el énfasis que se le dio a otras opciones de educación.
Hoy tenemos una universidad que ha logrado sobrevivir en un panorama muy adverso, manteniendo muchos de sus principios pese a continuos ataques y a contrapelo de los intereses económicos representados en las instancias de gobierno. Sí ha perdido relevancia nacional, y no porque haya disminuido su excelencia o el quehacer académico esté por debajo del que tenía antes, simplemente hay un sistema construido alrededor de la Universidad de Chile, privado principalmente, que hoy día concentra el grueso de la formación en educación superior.
Nosotros seguimos, sin embargo, siendo el principal centro de generación de conocimiento, con mayor excelencia académica y compromiso con el país -en un sentido retórico más que práctico-, pero aún así lo sigue manteniendo, pese a la existencia de un sistema que ha crecido alrededor y con el cual no ha podido competir debido a las trabas que arrastra desde los años ochenta”.

¿Hay conciencia en los estudiantes de la importancia y trascendencia que ha tendido para el país la Universidad de Chile?

“Cada vez menos, pero aún así la hay. Uno entra, y si accede más allá del estudio individual y se involucra con la universidad, hay un mundo de conocimiento, de principios, de normas, de valores éticos que están en el imaginario colectivo de la comunidad de la Universidad de Chile. Eso influye en muchos de los estudiantes, no todos.
La atomización de la sociedad, la predominancia de las soluciones individuales sobre las colectivas, afecta a la conciencia de los estudiantes y su entorno. Ante discursos que llaman a mirar el futuro y no detenerse a conocer y estudiar el pasado, muchos estudiantes no se preocupan por la historia de su institución.
Aún así, pese a que en muchos casos ofrece peores condiciones materiales para algunos académicos y funcionarios, sigue concentrando los mejores académicos. El ser y sentirse Universidad de Chile es un valor que tiene esta casa de estudios”.

Los últimos veinte años

¿Qué balance hace usted del papel jugado por la Concertación frente a la Universidad?

“La Concertación no ha hecho nada más allá de algunos hechos aislados. Entre ellos la ley de incentivo al retiro, o el convenio de desempeño del proyecto Bicentenario para revitalizar las humanidades, las artes y las ciencias sociales, disciplinas que quedaron muy lesionadas después de la dictadura. Esto permitirá que entren 25 mil millones de pesos para proyectos de infraestructura y académicos. Fue la primera vez, el año 2009, que se le dio un trato especial a la Universidad de Chile por parte del Estado.
La ley marco de 1997 fue un paquete enmarcado en el modelo de educación superior privatizado, para fortalecer y concretizar la privatización donde no había llegado. No cambia el paradigma que inventaron en dictadura y perfeccionó luego José J. Brunner.
Chile tiene un modelo de educación superior único en el mundo, que se trata de explicar en el extranjero y no lo entienden: nos preguntan cómo es posible que en la universidad pública haya que pagar, que tenga que competir por los recursos, que reciba solamente un 18 por ciento de su presupuesto del Estado. Que tengan las universidades públicas que autofinanciarse a través del valor de los aranceles en una sociedad tan segmentada socio-económicamente como esta.
El crédito con aval del Estado, desde el año 2005, no ayuda a mejorar el panorama, lo empeora. Los estudiantes que no cuentan con dinero, están obligados a endeudarse. No hay límite para el alza de aranceles y los intereses de los créditos de los bancos son muy caros.
Además, dado que no hay regulación acerca del número de profesionales a egresar, los salarios no son buenos y muchos terminan cesantes. Por si fuera poco, la calidad de muchas universidades no permite decir que sus títulos valen realmente lo que se invirtió en ellos. Esto es responsabilidad de la Concertación, como lo es la autofinanciación de la educación superior.
La autofinanciación ha afectado a la autonomía universitaria. No tenemos ciencias sociales porque no son rentables y no se invierte en ellas. Las pedagogías están en muy mal pie, y hay universidades enteras que sólo forman ingenieros comerciales.
El modelo impuesto tiende a afectar el sentido de la educación en sí, como desarrollo epistemológico de las disciplinas, porque limita a la universidad a ser un aparato al servicio de la innovación del aparato productivo. Más que ser un ente formador de conciencia crítica y de pensamiento en todas sus dimensiones posibles.
Con la lógica de las competencias, se privilegia sólo lo que es relevante para el desarrollo productivo. La derecha, por ejemplo, plantea condicionar el financiamiento al desempeño en áreas como la producción, la innovación, cosas por el estilo, lo que también afectaría el desarrollo de las ciencias sociales”.

La Universidad de Chile y el Estado

¿Desde el Estado, se recurre a los servicios de la Universidad de Chile?

“No, prácticamente no se la toma en cuenta. La Universidad de Chile mantiene ese compromiso y deber ser, entiende que su función está al servicio de las necesidades del país. En la retórica, es algo de lo que los estudiantes, de alguna manera, salen empapados, pero la Universidad de Chile dejó desde hace mucho tiempo de ser parte de las políticas públicas.
En general, como la motivación principal en educación superior es el dinero, los grupos económicos que impulsan ciertas leyes, tienen sus análogos en las universidades que están dispuestos a impulsar sus investigaciones y estudios en torno a esas leyes”.

¿Cómo evalúa usted el aporte cultural de la Universidad de Chile al país en general?

“Se desarrolla la cultura en la Universidad de Chile. Hay facultad de arte, de ciencias sociales. Tenemos una orquesta sinfónica y el Ballet Nacional. Pero obviamente se ha perdido relevancia. No es un área muy estimulada por políticas de Estado, y no hay una plataforma desde la cual la universidad pueda contribuir al desarrollo de la cultura en aquellas dimensiones que no tienen solamente que ver con espectáculos y presentaciones.
La universidad perdió el canal de televisión y no lo ha podido recuperar. La ley de televisión digital, de aprobarse la norma que permite que convivan varias señales en una sola frecuencia, debiera permitir que la U de Chile vuelva a tener su propia frecuencia. La Editorial Universitaria tiene una posición secundaria. Hay una radio, pero de impacto limitado por estar obligada a autofinanciarse, y la parrilla programática empieza a responder más a intereses comerciales que a los propios de la universidad.
La falta de medios nos ha hecho a los estudiantes a ser muy críticos interna y externamente, con la poca gestión de los rectores para impulsar esto, y los pocos espacios que existen en la sociedad para que el ámbito universitario se exprese e incida en ella”.

¿La tarea de recuperación de la Universidad de Chile, cuenta con apoyo externo?

“Casi todas las organizaciones están viviendo un sálvese quien pueda. Los colegios profesionales dan sus peleas, los centros de estudios las suyas.
El Consejo de Rectores, a propósito del terremoto, le escribió una carta al ministro de Educación con algunas solicitudes. No la respondieron.
Hay parlamentarios que tienen un afecto a la U de Chile por haber egresado de ella, pero casi nadie en el país, en alguna de las Cámaras, maneja a cabalidad el tema de educación superior. Se lo elude en las discusiones políticas. Ningún candidato presidencial lo planteó como bandera de lucha en la campaña pasada.
Se espera que los estudiantes tengamos la posibilidad de hacer algo. Uno conversa con los rectores y dicen: “ya pues, movilícense, hagan algo, peleen contra el ministerio”, porque ellos están maniatados por las restricciones propias del sistema.
Los legisladores legislan sin la ciudadanía, los gobiernos gobiernan sin mayor participación ciudadana, y como las universidades del Consejo de Rectores no tienen dueños que sean grandes propietarios de consorcios económicos ni cosas por el estilo, es difícil generar el lobby necesario para instalar los temas desde el Legislativo”.

¿Qué esperan los estudiantes del actual gobierno?

“El programa presidencial plantea cosas muy preocupantes. Chile esta muy privatizado pero puede privatizarse más todavía. La educación superior puede estar peor de lo que está ahora. Y el programa de Piñera apunta en esa dirección, bajo argumentos como que hay que asegurar la calidad independiente del tipo de institución; o que cualquiera que forme profesionales es una institución pública.
Mediante la interpretación de ciertos conceptos, instalados en la ciudadanía, el gobierno está impulsando una agenda que terminaría por diluir la diferenciación entre lo estatal y público y lo privado, instalando formas de financiamiento que vinculen la universidad con el aparato productivo, soslayando la parte teórica que tiene que ver con la formación académica y universitaria.
Hay una agenda implícita del gobierno que todavía no hace explícita. Por eso es muy importante que nosotros como movimiento estudiantil seamos capaces de anticiparnos y pongamos la agenda en función de nuestros temas, y no que pongan ellos sus temas y nosotros tengamos que reaccionar. Porque si ellos los ponen van a ser cosas muy malas para la educación superior. Tenemos que generar la mayor adhesión posible también a nivel parlamentario, político, de forma tal que la discusión se asuma en la dirección correcta y no en la que propone el gobierno”.

Demandas estudiantiles

“Nosotros queremos discutir y abordar los cambios necesarios en relación con el rol del Estado -la regulación del sistema por parte del Estado-, la eliminación del autofinanciamiento y del endeudamiento.
El autofinanciamiento porque es el que vulnera las universidades y obliga a pagar aranceles. El endeudamiento porque tiene a los estudiantes pobres accediendo a la educación superior pero endeudándose extraordinariamente. Y la regulación estatal, porque las pocas universidades que reciben los pocos recursos fiscales que reciben, no rinden cuenta de ello, y es importante que esos recursos estén en función de un compromiso explícito con lo público, más allá de formar profesionales o hacer investigación, que son requisitos para cualquier universidad y también lo puede hacer una universidad privada.
Acceso, pluralismo y democracia institucional son las cosas que creemos definen el carácter público de una institución, y debieran regularse, definirse y asumirse con claridad y certeza si se quiere contar con financiamiento estatal”.