sábado, 25 de enero de 2014

CHILE, PERÚ Y BOLIVIA, QUE NO SIGA ASÍ PASANDO EL TIEMPO



Por Pedro Armendariz

El principal argumento disuasivo que se entrega desde el poder a la población para evitar que cunda la confrontación entre chilenos y peruanos, expandiéndose la estupidez o brutalidad cual fuego veraniego en un bosque, es repetirnos que aquella deriva no sería un buen negocio.

Perjudicaría las inversiones. Es un argumento que cala en el habitante de nuestros países hoy, donde por lo demás el dios dinero es el más amado desde hace siglos. Colón  en su diario atiende al oro en la primera anotación tras su hallazgo. Nada nuevo bajo las estrellas.

Pero reconozcamos que no habla bien de nosotros como país tal actitud vital interesada meramente en el dinero. El comercio ha cumplido históricamente un papel importante en el conocimiento y el trato entre los pueblos. Pero nunca ha sido el único interés, si bien el principal. .

Plantearse la relación con un país, vecino o no,  solo atendiendo a lo que se le puede vender y comprar, sería una manifestación de carencia de inteligencia y sensibilidad, una limitación, una ceguera, una gran ignorancia y torpeza.

Es lo que se hace cada día en Chile desde hace cuarenta años, lamentablemente deja una grave secuela en los cerebros, en la forma de ver el mundo y entender la vida.

Los chilenos viven desconectados del mundo, leyendo la cuarta de la tercera, las últimas de agustín y alimentando la audiencia tele-adicta  para felicidad de los canales, las empresas y publicistas.

El habitante del centro o el sur del país no puede imaginarse lo que es el norte grande, y menos la importancia que tienen para sus habitantes las relaciones, no solo económicas, con sus pares bolivianos y peruanos. Pero no le pidamos a la televisión un reportaje sobre el tema, y qué decir si esperamos que éste vaya más allá de los intercambios económicos.

No hay dos cuerdas separadas, con Perú y también con Bolivia, hay miles de cuerdas entre nuestros países, y no están separadas, sino que conforman un tejido complejo, que viene de muy lejos en el tiempo.

De la diplomacia de los pueblos hablan los presidentes, mientras ellos se estancan en el camino de la integración entre nuestros países. Diplomacia de los pueblos suena muy ampuloso, y quizás por lo mismo el término le quita fuerza a los encuentros entre personas y colectivos: La diplomacia tiene algo de falso, de mera formalidad, de mascara, donde lo que se oculta es central. Los pueblos necesitan encuentros francos, directos, que permitan el nacimiento de la confianza, de la voluntad de respetarse, conocerse, trabajar y disfrutar juntos de la vida y del conocimiento en todas sus vertientes.

Las divisiones, los conflictos, los enfrentamientos entre los pueblos pueden durar siglos, como lo vemos hoy entre catalanes y españolistas, desde 1716 arrastran el verse afectados por las consecuencias de una guerra que terminó con el aplastamiento de la libertad y autonomía de Catalunya. Nosotros habitantes del sur del mundo parece que corremos el mismo peligro, incapaces de dar solución verdadera y definitiva al problema. Faltan fraternidad, ideas, propuestas, audacia, generosidad, por parte de todos.

Los chilenos tienen un deber particular. Como vencedores, han de hacer una propuesta de gran generosidad a bolivianos y peruanos. Generosidad porque va a requerir dejar de lado el tipo de soberanía que hoy ejerce en el territorio conquistado, sobre una parte de él, para que pase a ser compartida por los tres países. A esto hay que sumar un enclave boliviano al norte de Arica, y uso del puerto.

Una gran área de integración desarrollada con dedicación, un triángulo Antofagasta, La Paz, Arequipa. Cultivar una vida en común en aspectos múltiples y variados. Hacen falta periodistas que se empeñen en la integración, profesores, dirigentes sociales y sindicales, los jóvenes pueden jugar un gran papel, las iglesias, hasta los militares pueden aportar yendo desde ya pensando cómo puede tan amplia zona disfrutar de su mayor ausencia posible, ojalá total. Y todo este afán de cambio y refundación en los tres países.

jueves, 23 de enero de 2014

UN CHILENO EN LA PANAMERICANA PERUANA



Por Pedro Armendariz

Mientras veo el pimpón noticioso sobre La Haya recuerdo un viaje de hace años en bus directo entre Lima y Tumbes. Partimos de Lima a las dos de la tarde en un flamante Volvo de transportes Ormeño. A bordo, sorprendentemente, sólo cuatro pasajeros y dos conductores. A poco andar nos pusimos a conversar con el otro pasajero que viajaba solo, un criador de camarones de las afueras de Tumbes que lo hacía en bus por temor al avión. Al resto del pasaje, una pareja que optó por un retiro silencioso al fondo de la cabina, no lo volvimos a ver hasta la mañana siguiente. Con el camaronero íbamos sentados en primera fila a ambos lados del pasillo hablando tranquilamente de historias pasadas y realidades presentes. La cercanía con los conductores transformó la charla en asunto de cuatro ya antes de terminar de salir del atochamiento vehicular limeño. A los peruanos les encanta la música, los conductores viajaban con sus casetes de música del país, Luchita Reyes y Zambo Cavero entre otros. Yo andaba con uno de Los Jaivas que llevaba de regalo a Hugo Idrovo y  Héctor Napolitano en Quito. Escuchamos José Antonio, Regresa, Sube a nacer conmigo hermano, Todos Juntos atravesando el desierto costeño peruano. Ormeño mantenía en aquellos tiempos, y espero que siga así, un respeto sin fisuras a la tradición en un viaje de largo aliento, consistente en detenerse en torno a una hora a comer y descansar en lugares señalados del camino. Al menos tres veces nos sentamos a la mesa, la última a las cinco de la mañana y así llegar tranquilos a desayunar a Tumbes a las ocho. He visto con los años que los profesionales de la carretera, partiendo por los camioneros, disfrutan el comer hasta el punto de convertir cada ocasión en una celebración. En aquel viaje compartimos y celebramos la mesa los cuatro desconocidos en cada uno de los tres restaurantes de la Panamericana. Conversando, estuvimos de acuerdo en que la integración entre nosotros, además de necesaria, es placentera.