Por Pedro Armendariz
El actual sistema económico glorifica la competitividad
entre las personas como un gran valor, supuesto generador de riqueza y progreso. Refiriéndose a la
ética de la conducta competitiva, en esta entrevista el biólogo Humberto Maturana
afirma exactamente lo contrario, señalando que “la competencia es irruptora de
lo social porque es una relación que se funda en la negación del otro. Bajo
condiciones de competencia no hay colaboración, la que para poder existir
requiere la existencia de aceptación mutua”.
¿Usted niega la
posibilidad de una “sana competencia”?
-Los economistas hablan de competencia y de su importancia
para el progreso económico, y hablan también de una sana competencia. Yo pienso
que eso de una sana competencia no existe, porque en el momento que uno acepta
al otro como un legítimo otro, por ejemplo en una transacción comercial o en
una empresa de producción de algo, surge la colaboración.
¿Los animales no
compiten entre ellos?
-Hay teorías económicas que pretenden tener un fundamento
biológico: la competencia de los seres vivos en la naturaleza. Pero resulta que
Darwin toma la noción de competencia de los economistas ingleses. Yo pienso que
en la naturaleza no existe competencia. En el espacio humano sí, porque la
competencia, o a aquello a lo que nos referimos como competencia en el espacio
humano, que muchas veces queremos dulcificar de alguna manera, implica la
negación del otro, el otro tiene que ser distinguido como otro, y eso pasa en
el lenguaje, no pasa sin lenguaje.
¿En qué momento
histórico cree usted que se incorpora la competencia en la existencia humana?
-Yo creo que eso tiene que ver con el origen de la cultura
patriarcal nuestra. Tiene que ver con vivir la vida en la lucha y en la
apropiación. El patriarcado no tiene que ver con lo masculino. Tiene que ver
con la emoción de apropiación y exclusión, y eso surge, yo pienso, en la
historia, con el origen del pastoreo en Asia. Ahí aparecen la apropiación, la
exclusión del otro, la defensa de lo apropiado, la lucha, los instrumentos de
cacería se transforman en armas, pasando a ser instrumentos de exterminio. Se
inicia el control de la sexualidad de la mujer. Surge toda una serie de cosas
que a la larga, en la medida en que se transforman en modos de vida dominantes,
llevan en una cierta dirección que es la competencia.
¿Cómo explica usted
la existencia de clases sociales antagónicas?
-Yo creo que la noción de lucha de clases, y las clases,
surgen precisamente porque hay establecimientos de bordes de aceptación mutua.
Si yo no establezco borde de aceptación mutua no tengo clase.
¿Al determinar un
borde se conforma una identidad?
-Se crea una identidad de un grupo, de una categoría de
persona, porque yo establezco un borde que me define la categoría, que puede
ser económica, que puede ser intelectual.
Lo que usted llama el
borde, ¿se establece?
-Es algo que se establece, y en el espacio es funcional o
tiene una justificación argumentativa.
¿Y la teoría marxista
que dice que el borde depende de la condición económica?
-Pero resulta que las condiciones económicas llevan a
establecer un borde sólo en cuanto uno le niegue al otro el acceso a algo que
uno restringe para sí desde un punto de vista económico. O sea, tiene que ver
con la apropiación.
¿Cómo se imagina
usted la superación de este estado de cosas?
-Yo pienso que no hay otra forma que querer el cambio.
Depende de que uno quiera hacerlo o no quiera hacerlo. Ahora bien, yo creo que
los deseos se adquieren, se plasman, se forman en el vivir. Uno no está
determinado a desear algo, sino que aprende a desear o a no desear cosas según
viva, según la experiencia que uno tenga. Por eso es muy importante lo que pasa
durante el crecimiento del niño, pues aprende a desear un modo de vida u otro
según cómo viva.
¿Qué le parece en
este sentido el efecto de la publicidad?
-Todo este asunto de la propaganda es una manipulación de
los deseos. La creación de un espacio de mercado es una manipulación de los
deseos. La mirada sobre si hay mercado o no es una mirada sobre los deseos.
Entonces lo que está en juego en el curso de la historia, yo pienso, son los deseos,
no la razón. El curso de la historia no sigue el curso de los recursos, ni el
camino de las posibilidades, ni el camino de la razón, sino que sigue el camino
de los deseos. Esto no nos hace menos humanos, menos responsables o menos
conscientes. Claro, si no nos damos cuenta, nos movemos en nuestros deseos sin
darnos cuenta. Pero cuando nos damos cuenta y reflexionamos sobre nuestros
deseos, y aparece el otro como un ente frente al cual lo que deseamos tiene
consecuencia, aparece la ética. Para que aparezca la ética yo tengo que ver al
otro. Por eso digo que la ética depende del amor, no depende de la razón.
¿Habría entonces que
hacerse consciente de los deseos para lograr una acción y una relación éticas?
-No es que habría que
hacerse consciente de los deseos: si uno se hace consciente de los deseos se
hace responsable. Si me hago consciente de los deseos, y miro sus
consecuencias, entonces no puedo escaparme a que la presencia del otro me haga
pensar si quiero hacer lo que yo quería hacer y con tales consecuencias.
¿Dice usted que el
amor conlleva un comportamiento ético en las relaciones sociales?
-Yo pienso que no todas las relaciones son de la misma
clase. No todas las interacciones humanas son de la misma clase. Dependen de la
emoción. Para que haya cooperación, por ejemplo, tiene que haber aceptación
mutua…o la hipocresía de la aceptación mutua. Para que haya la clase especial
de convivencia que connotamos en la vida cotidiana con la palabra social, tiene
que haber esa emoción, o las conductas que un observador externo ve como de
aceptación del otro, o sea, las conductas del amor. Pero hay otras conductas y
relaciones humanas que son de otra clase, como las relaciones jerárquicas.
Exigencia y obediencia. Ahí no hay aceptación. Entonces esas relaciones son de
otra clase, merecen otro nombre.
Yo digo que las emociones son dominios de acción, dominios
conductuales. El amor es el dominio de las conductas que constituyen al otro en
la convivencia como un legítimo otro. Uno, sin embargo, puede ser hipócrita. Yo
puedo tener una cierta conducta de aceptación del otro, y en el fondo estoy con
un cuchillo escondido para darle una puñalada. Eso puede pasar, pero mientras
yo tenga la conducta de aceptación del otro, lo que pasa es lo que pasa con la
aceptación.
¿Cómo ve usted la
libertad? ¿Existe en realidad la libertad o es una ilusión, un deseo
incumplido?
-Esto tiene muchas connotaciones, pertenece a muchas redes
distintas de conversaciones. Puede pertenecer al dominio de la restricción o no
del movimiento. Por ejemplo: yo soy libre si mi movimiento no está restringido,
en cualquier espacio, en el espacio físico o en el espacio reflexivo. Pero si
uno mira, la palabra libertad siempre hace referencia a una no restricción para
la acción. Yo pienso, sin embargo, en lo que se refiere a lo que le pasa a uno
con la noción de libertad, que es algo que tiene que ver con cómo se siente uno
con el fluir de sus acciones, y que uno tiene la experiencia de libertad cuando
uno puede poner sus deseos en el ámbito de los deseos. En el momento en que yo
puedo darme cuenta de que deseo algo y puedo preguntarme si deseo desear
aquello, y actuar de acuerdo con esa segunda mirada, entonces yo vivencio la
libertad. Yo creo que todas las circunstancias en las cuales uno habla de
libertad, en último término, están en eso.
(Entrevista realizada en marzo de 1992, transcrita para elclarin.cl de la
revista impresa el Canelo de aquella fecha, ocasión en que fue publicada con el el título: "Estamos viviendo bajo la dictadura de los empresarios").
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