Por Pedro Armendariz
Un periodista español comenta que la clave del resultado del
partido entre las selecciones de España y Chile en el Maracaná no hay que
buscarla en la cancha, sino en la mentalidad nacionalista y fanática de
aficionados y jugadores chilenos.
Uno podrá discutir hasta qué punto el factor señalado por el
colega ibérico jugó un papel. Lo que es indiscutible es que lo jugó, como en
otros equipos, sino en todos, con la salvedad de que en el caso chileno sean quizás
un poco más acusados los rasgos nacionalistas, al menos para mí, como chileno,
lo son.
El problema naturalmente no está en el fútbol ni en el
mundial, a pesar del cántico de los himnos, que por sanidad mental y en aras de
la paz mundial podrían ser omitidos, como señal colectiva de cordura.
En el caso suramericano, está claro que masivamente los habitantes
ven a su respectivo país como un ente que compite por colores propios con los otros no
sólo en la cancha y en las tribunas de los estadios. En el comercio, las armas,
inversión extranjera, todos los días aparecen índices y encuestas que miden
estas comparaciones en actividades y haberes. Toda comparación es odiosa, nos decían cuando
niños.
Nuestras carencias, frustraciones, la dureza de la vida
diaria, el malestar generalizado, el aburrimiento, la emotividad personal por los suelos, son
males que buscan compensación, y logran un fuerte alivio analgésico momentáneo,
un descanso placentero, una sensación de satisfacción individual-colectiva sin
parangón mediante el triunfo de las selecciones de fútbol.
En el mundo de hoy no hay acontecimiento político que se
iguale a un triunfo en un evento deportivo mundial. Vemos por estos
días el rito de los políticos que rinden honores y cantan loas a los jugadores,
los reciben en las calles y los palacios como a soldados que vuelven de la
guerra desde tierras lejanas. Los medios por su parte hablan de héroes en sus
titulares.
La publicidad comercial es otra de las pestes que acompaña
al juego de la pelota en el mundial. No trepidan en su labor diaria de
envilecer la vida.
Queremos salir de la prehistoria en Suramérica, y hacemos casi
todo lo imaginable para permanecer en ella. El nacionalismo, el ser un ente
cerrado en confrontación con otros entes cerrados, estáticos, egocéntricos,
recelosos, guerreros, es de la máxima estupidez.
La expresión institucional de este desconcierto es la
incapacidad en Suramérica de conformar plataformas comunes compartidas a cabalidad, de forma
tal que su acción sea determinante y efectiva. Hoy, cada uno va a lo suyo. En
lo sustancial seguimos separados, sino
enfrentados.
Sin negar avances importantes, como la paz y el acercamiento
integrador entre Perú y Ecuador.
Chilenos, bolivianos y peruanos tenemos una tarea por
delante que permanece en pañales. Y solo hay una forma de entenderse y vivir en
paz, conversando. Basta de autogoles.
(En un reciente artículo publicado en la revista Punto Final,
el sacerdote José Aldunate recoge la propuesta que ya estuvo presente tras el
desastre de la guerra, de convertir a Arica (y Tacna) en un territorio compartido
por los tres países. O sea, legalizar lo que ya es, ya que en los hechos en estas
ciudades están presentes y conviviendo cada día personas de los tres países en
grado significativo. Si tal conversión se estableciera, toda aquella zona se
fortalecería no solo económicamente, podría llegar a constituir un importante
foco cultural y político que además daría un impulso muy importante a la
integración suramericana. En tal caso habría que atender a las necesidades de
las ciudades fronterizas a la nueva zona internacional, como el caso de Iquique
en Chile, que se vería con seguridad, al menos en parte, perjudicada, y, lo que
es seguro, estaría al menos temerosa y prejuiciada ante el posible aventón de
las vecinas del norte. Es muy viejo el problema de los celos y la
competitividad entre Arica e Iquique, viven de espaldas una a la otra, y ahora
además son dos regiones. Hay pues mucha tela que cortar).
De acuerdo!!!!!!! el nacionalismo siempre me ha parecido una estupidez, y el mundial, a pesar de su "felicidad" a mí me deja con un sabor un tanto amargo, que no logro aclarar del todo, pero esto de estar en masa no me va. Postearé la columna en mi Facebook, sigue compartiéndola cuando puedas.
ResponderEliminarSin duda el fútbol nos anestesia por un rato, ojo con los nacionalismos fanáticos, siempre somos mejores que nuestros vecinos y lo siguiente las guerras y conflictos que ocultan intereses económicos......., veamos y pasemos un buen rato viendo fútbol cómo un deporte mas, pero es cierto hay en todo esto un trasfondo. Pedro comparto tu escrito en Fb.
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