sábado, 21 de enero de 2012

MOUNIER Y ALFONSO COMÍN



Por J. A. González Casanova. Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona.

Diario El País - 20-07-2005

Cuando una tarde del invierno de 1956, a mis 20 años, vi en el escaparate de la librería Ancora y Delfín de Barcelona el libro ¿Qué es el personalismo?, de un tal Emmanuel Mounier, y, tras leerlo, telefoneé a mi amigo del alma, Alfonso Carlos Comín, para anunciarle entusiasmado que un pensador francés, fallecido a los 45 años en1950, pensaba lo mismo que nosotros, no podía prever la influencia que éste
llegaría a tener en nuestra izquierda antifranquista ni el decisivo papel que en tal influjo desempeñaría mi compañero de ideales revolucionarios. Hijos de
vencedores en la guerra incivil, educados por el nacionalcatolicismo más reaccionario y aún casi adolescentes, habíamos desenmascarado la sacrílega mentira del régimen dictatorial, inducido y apoyado por un capitalismo inhumano con la bendición cómplice de la Iglesia. Demasiado para nuestra sensibilidad juvenil y buena fe religiosa. La lectura de Mounier nos confirmó el escándalo moral sufrido -de ahí nuestro alivio y la firme convicción futura- y sobre todo nos pertrechó de argumentos éticos y cristianos; nos indicó vías y formas pacíficas para un cambio social revolucionario, y nos incitó al coraje de una acción intelectual y política arriesgada, que si acaso podía llevarnos a errores, seguro que en España también nos conduciría a la cárcel. Todo ello, no por gusto a la aventura subversiva, por ambición de poder o fanatismo
ideológico, sino por un deber de servicio a toda persona humana, considerada un ser sagrado y fraterno.
Mounier nos legó para siempre cuatro conceptos clave: el compromiso ético del intelectual, provocado por ese maestro interior que debe ser el acontecimiento histórico como signo de los tiempos; el capitalismo o el moderno "desorden establecido"; la política como la más alta forma de amor a la humanidad, y la acción colectiva que ha de conducir a una revolución tanto material como
espiritual -que ha de ser, por personalista, comunitaria, pues no hay personas verdaderas y dignas si no se dan entre ellas comunicación humana y comunidad de bienes-. Aunque el pensamiento del joven Mounier pudo coincidir en parte, a principios de los años treinta, con la democracia cristiana inspirada en su maestro Maritain o con el anarquismo humanista y no violento, la guerra de España y la resistencia antinazi francesa llevaron al Mounier maduro a
propugnar la colaboración con los comunistas frente al fascismo y a su causa última, el capitalismo explotador. Tras condenar el sistema totalitario de Stalin, Mounier afirmaba: "es mejor arriesgarse a ser confundido con el marxismo que ser ajenos a los explotados", y "hay en la realidad concreta del comunismo elementos esenciales de liberación que no tenemos derecho a ignorar o a desestimar".
Mounier tuvo una influencia decisiva, entre 1957 y 1975, en el pensamiento y la acción del catolicismo progresista español, impulsado desde Cataluña por la revista El Ciervo y el grupo que, movilizado por Alfonso Comín y sus amigos, creó el Frente de Liberación Popular, organización socialista revolucionaria, democrática y no violenta de militantes marxistas, cristianos y cristianos
marxistas. Su influjo se hizo notar en el movimiento obrero católico, en la concienciación política del clero raso y en teólogos tan reconocidos como Díez
Alegría, González Ruiz y Rovira Belloso. Su paradigma fue el propio Comín. A él se debió no sólo la encarnación más arquetípica del intelectual cristiano comprometido, sino la progresiva difusión de la obra de Mounier en nuestro país. Aquel librito que yo le pasé un día de nuestros años mozos le sirvió para extender su mensaje y el de otros libros por doquier y en cualquier ocasión, con una milagrosa velocidad de lectura y asimilación eficaz por parte de tantos y tantos protagonistas del combate antifranquista en pro de la democracia y el
socialismo. Fue como una consigna viva del ¡pásalo!. A diferencia de Mounier, Comín sí militó en un partido político, el PCE-PSUC (Partido Comunista catalán). Fiel a su fe religiosa y a su
ideal revolucionario, llegó a ser cristiano en el partido y comunista en la Iglesia.
Con el lógico y benéfico escándalo de los bienpensantes, desconfesionalizó a un
partido teóricamente ateo y rompió el monopolio que la derecha, atea práctica por lo general, mantenía sobre el catolicismo español, confundida arteramente con él siglos ha.
En aparente paradoja, la influencia de Mounier y de Comín tras 25 años de democracia española parece desaparecida. Pero sólo lo parece, ya que habita en
la conducta de muchos militantes de la izquierda y de cristianos de base cuando apoyan toda política opuesta al sistema económico imperante, al "pensamiento único", a la globalización imperialista y a una Iglesia jerárquica reaccionaria y tan poco cristiana en sus actitudes. En el mundo de hoy, Mounier y Comín están presentes en la teología de la liberación europea y latinoamericana e inspiran
movimientos anticapitalistas como el surgido en Porto Alegre (Brasil). Lo que empezó siendo influjo eclesial de Mounier (las encíclicas sociales de Juan XXIII y la constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II) se ha convertido en el substrato básico de una insólita y futura revolución personalista y comunitaria mundial.
El testimonio que dio Comín padeciendo, al igual que Mounier, persecución y cárcel antes de morir casi tan joven como él, y sus valerosas y lúcidas respuestas a nuestros más graves problemas sociales y religiosos, sigue siendo un ejemplo para todo intelectual, cristiano o no, que pretenda ser digno del privilegio que representa la inteligencia y el don de la palabra. En el primer centenario de Mounier y a los 25 años de la muerte de Alfonso Comín, que se cumplirán justamente este 23 de julio, la presencia de ambos movilizadores de conciencias, unidos como están en actitudes e ideales, no es por discreta menos influyente y fecunda.

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