jueves, 22 de julio de 2010

Contra los imperios de toda laya




Por Pedro Armendariz

Detrás de la ruptura de relaciones entre los gobiernos de Colombia y Venezuela, se ve una vez más la mano dura, violenta, agresiva, de los Estados Unidos y sus aliados en Colombia y Suramérica.

Ha sido ahora, cuando se apresta a traspasar la presidencia de Colombia a Santos, que Uribe se embarca en la denuncia de supuesta presencia de campamentos de las Farc en Venezuela. Este hecho es evidentemente un gesto de negación extrema a la posibilidad de mejorar el panorama en el norte de Suramérica, en las relaciones entre Ecuador, Colombia y Venezuela.

Aquello es un polvorín. La mayor distorsión es la presencia, y además desmesurada, de tropas militares estadounidenses del norte en Colombia. Es el corazón del problema, porque los Estados Unidos, como lo demuestran sus ejércitos en Colombia, y próximamente en Costa Rica, es un país eminentemente guerrero. Le gusta la guerra, la práctica cada día a lo largo y ancho del mundo. Es el mayor escándalo de nuestro tiempo.

En Suramérica está en juego la libertad y la democracia. Y no habrá forma de construirlas sino es a través de los acuerdos entre los países. Acuerdos pacíficos, voluntarios, no nacidos como resultados de corrientes de fuerzas.

Y ante esto son los pueblos los que tienen que tomar la iniciativa. Pueblos en el sentido de la manoseada palabra gente. Personas, organizaciones sociales de todo tipo, grupos de estudio y reflexión, partidos, sindicatos, universidades, religiosos de todos los credos, colegios profesionales, etcétera, porque sino no hay salida posible.

Quienes están en los gobiernos debieran reconocer la necesidad de dar paso a la organización y participación de la llamada sociedad civil en el curso de las cosas.

Los gobiernos nos hacen creer todos los días que tienen todo bajo control, que están preocupados o trabajando en los problemas importantes de los países, procurando y haciendo realidad las mejores soluciones posibles.


Los países se arman, nos hablan de defensa y prevención, cuando la realidad es que lo que más anima la escalada es la corrupción, el lucro con el tráfico de compra y venta de esas armas. Ganancias millonarias en dólares. Otro de los más grandes escándalos de nuestro tiempo. En el caso suramericano es una doble aberración, entre países hermanos. Sólo los pueblos pueden terminar con este escándalo, como deberían hacerlo con la presencia de tropas de USA en el territorio suramericano.

Hoy, como lo señalan quienes aún no han perdido la razón y la consciencia, necesitamos como primera medida una revolución en el pensamiento y el sentimiento. Sin esta revolución nada podremos hacer, como es evidente. Hay que pensar y sentir frente a la realidad de otra manera. La puerta de este cambio la tiene cada persona. El problema es que no las abrimos, nos paraliza el miedo y los hábitos sicológicos y físicos. Sino entendemos que permanentemente tenemos también, y en primer lugar, que hacer un trabajo interior cada uno de nosotros en cuanto a lo que es nuestra relación con el mundo y la forma de enfrentarla, estaremos fritos. Esto las Izquierdas tienen que tenerlo muy presente. Se requieren cambios de estructuras sociales, también cambios de mentalidad y sentimiento.

No podemos hacer una revolución con odio, por ejemplo, como han pensado algunos que se dicen anarquistas y pregonan en sus almas jóvenes e idealistas que hay que quemarlo todo. El mundo ha llegado a un punto crítico tal, que sólo se resuelve con la energía del amor. Lo cual no quiere decir no luchar, mantener una actitud pasiva, esperando que todos seamos buenos. Amor en el sentido de lograr tal onda de sentimiento a la hora de definir en nuestra mente la línea de justicia que orienta lo que queremos hacer. La palabra amor en este puto mundo la tienen secuestrada religiosos blandos, corruptos, que se refocilan en sus privilegios en el actual desorden establecido que denunció el propio Concilio Vaticano segundo, hoy sumergido por los jerarcas de la Iglesia como se sumerge a un torturado en una bañera llena de agua.

A propósito del pedido de indultos a asesinos que mataron al amparo de la fuerza del Estado a personas que estaban indefensas en sus manos, uno no puede dejar de pensar que la actual directiva de la Iglesia Católica está dando palos de ciego para levantar su alicaída autoridad moral dañada por los escándalos sexuales. Ayudan a esos militares tan católicos que mataron en nombre de la patria, y sientan constancia y manejo del debate de los temas morales de la sociedad. En este caso nada menos que sobre el tema del perdón, la justicia y la reconciliación.

Están pidiendo clemencia y perdón para asesinos de verdad que jamás han reconocido, y menos pedido perdón, por los crímenes atroces y cobardes que cometieron. ¿Desde un punto de vista religioso, es perdonado el pecador sin mediar arrepentimiento? No. En todos estos años nunca he escuchado a un militar decir: “lo que hicimos fue una barbaridad criminal, me arrepiento profundamente”. Al contrario, están, al menos es lo que dicen, convencidos de que salvaron al país.

Lo más indignante, es que estos curas que piden indultos para esos militares, como Errázuriz y los otros, se atreven a plantear semejante propuesta a la sociedad sólo porque cuentan con el amparo del prestigio fundamental que alcanzó la Iglesia Católica en el país debido a su papel en defensa de los derechos de la persona humana y los derechos sociales durante la dictadura. Dictadura de la cual muchos de estos curas fueron cómplices, que también los hubo de sotana. Pensemos sino en Ángelo Sodano. El Cardenal Raúl Silva Henríquez estaba vetado en el canal 13 de la Universidad Católica. Muchos, muchísimos católicos apoyaron la dictadura, y muchos trabajaron en ella. Las actuales autoridades de la Iglesia lucran de aquel pasado, que paradojal y comprensiblemente se niegan a recordar y señalar como ejemplo de valentía y consecuencia moral.

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