Pedro Armendariz
La
política seguida por el gobierno de Bolivia en la legítima intención de
recuperar su condición de país costero no es práctica, se encuentra
situada en el terreno de la propaganda política más que en el campo de
la diplomacia internacional efectiva.
Lo
que es de interés común y debiera ser compartido por todos los
involucrados en el asunto, es en definitiva apelar a las poblaciones de
Chile, Perú y Bolivia a la comprensión de la necesidad y urgencia de
resolver el problema centenario.
El
camino encabezado por Evo Morales carece de un factor fundamental, cual
es que la solución del problema marítimo de su país pasa necesariamente
por un entendimiento y el acuerdo voluntario de los tres países, y no
por llevar a Chile a verse obligado a actuar en determinado sentido.
La
política del gobierno boliviano de ir a La Haya no es susceptible de
cuestionarse moralmente. Está dentro de su derecho a llevarla a cabo.
Pero parece olvidar que cual sea la solución territorial, el fondo del
problema es la reconciliación entre chilenos, bolivianos y peruanos,
dejando atrás el sadomasoquismo que ha primado en la relación.
El
desafío es terminar con el conflicto, no darle largas con nuevas
formas, en condiciones que sigan manteniendo las divisiones y los
enfrentamientos.
Si
mañana Bolivia tuviera su salida al mar, se sintiera satisfecha con
ella, y sin embargo siguieran existiendo las fronteras militarizadas al
costo de un dineral que debemos usar en cosas provechosas, acompañadas
estas de la incomunicación social generalizada entre los tres pueblos,
poco o nada habríamos ganado.
Si
no se desarrolla la relación entre estos países sus habitantes pierden
posibilidades de paz y bienestar social. Esto es especialmente evidente
en cuanto atañe a quienes viven en los territorios adyacentes a sus
fronteras.
El
mensaje a los chilenos debiera orientarse en base a dos contenidos. Uno
es el afectivo, el aprender a conocer a Perú y Bolivia, a derribar
prejuicios, a no temer el encuentro y la relación, a ser generosos y
magnánimos. El segundo, es el hecho de que sin relación fructífera con
Perú y Bolivia el norte del país se verá siempre más o menos
perjudicado.
Negarse
a reconocer y vivir de alguna manera nuestra condición de ser al
unísono chilenos y latinoamericanos, es la mayor y más grave mutilación
espiritual y cultural que podemos acometer.
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