domingo, 21 de noviembre de 2010

Chile y España: tan cerca y tan lejos


Por Pedro Armendariz

Chile y España, para un nieto de vascos y catalanes, son dos realidades que se viven propias, más aún si se ha vivido años en ambos países.
Así, el asunto Jorge Segovia se transforma por esa vía en algo personal.
Lo mismo ocurre con el caso del escritor chileno Carlos Franz, quien durante los mismos días en que supimos del contubernio para sacar de la ANFP a Harold y Bielsa, publicaba una columna en el diario madrileño de centro derecha El País.
Segovia en Santiago y Franz en Madrid, expresan cada uno a su manera el desconocimiento, ignorancia, falta de respeto y decoro de variados actores y opinantes ante las realidades y valores del respectivo país al cual han llegado atravesando el charco.
Soberbia en ambos, crédulos de ser portadores de la verdad. Jorge Segovia ultrajando el ser del país al cual emigra con camas y petacas.
Carlos Franz con la ignorancia o algo peor a la hora de habitar en España buscando colgarse a la estela del boom literario de los años sesenta, según cuenta en la columna de El País. (Reconoce que tal objetivo, anhelo o sueño lo llevó primero a instalarse en Barcelona. Al poco tiempo, al descubrir que en la ciudad hay muchos catalanes, y que más encima hablan catalán, decidió trasladarse a Madrid. A Franz le pareció mal, según confiesa en la columna señalada, que en Catalunya la educación pública no le diera la posibilidad de poner a su hija en un colegio bilingüe castellano-ingles. Los funcionarios catalanes le señalaron que tendría que llevar a la niña a un establecimiento privado si quería recibir tal tipo de educación).
Jorge Segovia ofende al país que lo acoge, porque participa en un contubernio al cual llama majaderamente proceso democrático. En un país, en cualquiera, pero particularmente en Chile, que a duras penas trata de construir una democracia que se precie de tal, la actitud y el actuar de este propietario de empresas educacionales es altamente indignante. Es atropellador, mal educado, prepotente y belicoso. No llegará a limpiar su imagen por mucho que lo intente, con la ayuda generosa e interesada de los medios que ya ponen su cara con una sonrisa de inocente paloma en sus portadas.
En su cruzada Jorge Segovia no está solo. Lo acompañan aquellos empresarios españoles llegados los últimos veinte años al país, a hacer negocios y ganar mucho dinero en sectores claves de la economía. Colonizadores del siglo XXI, que cuentan con la complicidad interesada de ejecutivos y políticos chilenos yanaconas de terno y corbata de finas telas.
Si Jorge Segovia es el cinismo fascista, Carlos Franz es la cuadratura de la ignorancia de un chileno que no ha escuchado, leído o pisado España en su vida.
Su columna en el diario español se titula “Nacionalistas, vayan y vean”. Una invitación a los que Franz llama nacionalismos periféricos de España, a que conozcan en nuestra tierra suramericana el daño que los nacionalismos cultivados en los diferentes países han causado a lo largo de dos siglos.
Tiene razón Franz en el punto, donde se equivoca, creo, es a la hora de meter de buenas a primera en el mismo saco a los nacionalismos latinoamericanos y las reivindicaciones y anhelos de catalanes, vascos, andaluces, gallegos y asturianos.
Olvida u oculta Carlos Franz que estos pueblos han sido oprimidos históricamente por un nacionalismo que él no nombra, y que a la hora de evaluar los daños de los nacionalismos no tiene equivalente en la península: el nacionalismo español, centralista y totalitario, claramente imperialista, en su momento en América, y hoy todavía en España en aspectos muy importantes.
Carlos Franz está ciego a la formidable variedad de pueblos que componen España, y ata sus conceptos a una visión propia de una España que no acepta las nuevas realidades, negando el derecho a la autonomía, y si lo determinaran democráticamente sus habitantes, a la independencia del Estado español.
En Suramérica necesitamos y buscamos nuestra integración. Es España, en la España de los diferentes pueblos, está pendiente una integración que no le tema a que cada uno de aquellos pueblos que la componen en toda su identidad, que es enorme, histórica, y parece que Franz no ha percibido.

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